El amor es bailar

Bailar es uno de los intercambios de energía más sensuales

antonio vazquez
5 min readJul 28, 2020
Photo by Ardian Lumi on Unsplash

“Bailar: Expresión perpendicular de un deseo horizontal” Isidoro Loi.

Tenemos que hablar sobre lo sexy que es bailar con alguien que te gusta. Es quizá de las historias menos contadas y a la vez, más disfrutables. Imagina la escena: suena de fondo esa salsa que te pone a menear el pie en automático, se toman de las manos al centro de la pista y, por un instante, el tiempo se apaga. Bailan, giran, el contacto es cada vez más cercano, más apretado. Le tocas, te tocan. Sientes sus manos recorrerte y tú haces lo propio. De los hombros pasas al brazo, de la cintura a las caderas.

Bailar es uno de los intercambios de energía más sensuales. Esa sensación “cachonda” es una mera expresión del cuerpo que manifiesta una necesidad animalesca, un deseo que pide a gritos salir de ti para juntarse con otro. Sensación que no distingue raza, género, preferencias o clases sociales. El cuerpo no miente, el baile tampoco.

A veces no sabes que alguien te gusta hasta que bailan juntos, tal vez por una mala interpretación de nuestros sentires. De los años adolescentes heredamos esa idea de compartir gustos, banderas o aficiones, para poder afirmar que nos es atractiva una persona. Pero la atracción si bien es influenciada por estigmas sociales, es un proceso más bien instintivo, que nos acerca a las bestias y nos separa de los Dioses. No se explica, se siente. Y para sentirlo necesitamos ver, tocar, oler, escuchar, probar. Qué difícil es saberlo en un mundo que nos separa cada vez más, ya sea por costumbre o simples limitantes sociales.

La socialización tiene reglas que son contundentes sobre respetar el espacio personal, esto limita el contacto físico — sobre todo en los primeros acercamientos — a un intercambio de ideas que podría ser engañoso. Piensas que alguien te gusta o te desagrada por culpa de una imagen creada en tu mente que no representa la realidad, sino tu interpretación de la misma. Cuando bailas, el cuerpo es carne y alma actuando al unísono, no existen ideas, porque no existe la mente. Ese contacto que sólo es socialmente aceptable gracias al baile, suele traer consigo revelaciones vitales para entender quién te gusta para saludarse de lejitos, o de beso disimulado a mitad de la boca. La clave está en sentirlo.

Tal vez por eso cuando bailas se despierta esa mezcla entre mariposas en el estómago y cosquilleo en la entrepierna. Se parece mucho a un primer beso, o al “buenos días” que escuchas cuando la persona que te hace esperar cada noche un mensaje de buenas noches despierta contigo. No es casualidad que tantas veces bailar termine en amar, ni que sean palabras que se escuchen tan bien juntas. Hasta Café Tacvba lo dice en una de esas canciones que todos hemos cantado a gritos en alguna borrachera: el amor es bailar.

“Yo que era un solitario bailando,me quedé sin hablar, mientras tú me fuiste demostrando, que el amor es bailar” Café Tacvba

Una vez terminé en uno de esos bares de mala muerte con un grupo de amigos. Ella y yo habíamos hablado máximo tres veces, nada más profundo que un “está chida tu taza”. A pesar de eso me caía bien, incluso se me hacía atractiva, aunque no diría “uy, esa morra me gusta”. No tanto por una razón de sentidos, sino por un prejuicio. Tenía entendido que al igual que a mí, su interés era por las mujeres. Mientras los demás bailaban electrónica en la terraza de aquel bar con el piso pegajoso y las paredes húmedas, nos escabullimos para bailar salsa en la planta baja. Ya habíamos compartido pista alguna vez y fue una grata sorpresa que me puso deseoso de repetir la experiencia. Desde el primer acorde, un cosquilleo atravesó mi piel de arriba a abajo, perdí el control, me volví un autómata que sólo seguía los acordes de la música y el ritmo de su cuerpo. Ya no importaba las pocas veces que hablamos, o mis prejuicios sobre sus gustos. En cada vuelta la sentía más cerca. Los pensamientos se fueron, puras sensaciones quedaron. El roce de su piel, la forma de la cintura, su aliento mezclado con el mío. Dejamos de ser materia, éramos energía que vibraba al mismo son. Comenzamos siendo dos, pero nos transformamos en uno.

Bailamos diez minutos o una hora, no lo sé, perdí la noción del tiempo. La vida se detiene con el único objetivo de sentir y conectarte por un breve instante que se siente eterno. Me perdí en ella hasta que el DJ insertó en su mezcla un ritmo diferente para finalizar la salsa y dar inicio al reguetón. El cambio de música me despertó del trance, nos vimos a los ojos y fundimos los cuerpos en un abrazo que fue el perfecto resumen de lo que vivimos. Abrazo que debió ser beso, ahora que lo pienso. Regresamos al encuentro con nuestros amigos, regresaron también los pensamientos y con ellos los prejuicios que siempre les acompañan. Cuánta confusión en mi cabeza. “¿Me gusta?, ¿por qué quiero seguir tocando su mano? Seguro estoy loco, a ella también le gustan las mujeres”. Evité seguir pensando aquella noche, de todos modos no encontraría respuesta. Hasta ahora lo entendí: el cuerpo no miente, el baile tampoco.

Pareciera existir una regla no escrita que lleva la conversación en torno a las relaciones cuando hablamos de amor. Lo reducimos a un contrato social entre dos personas cuyo mayor temor es morir solos, y dejamos de lado todas esas manifestaciones efímeras y a la vez intensas, donde la atracción sexual es el principal motivante. Y en esa necedad por simplificar el amor a un concepto equívoco de relaciones, dejamos de lado al baile, su manifestación más precisa. Porque coger es rico, pero la tensión que se genera al bailar con esa persona que te gusta, esas ganas de comerse a besos a mitad de la pista, se queda grabada en tu cuerpo para siempre, a pesar del tiempo, a pesar de todo.

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